El otro día caminaba por una calle tranquila iba de malas pensando en mis múltiples deberes y problemas. ¡Hay tanto que hacer el tiempo no alcanza! En eso vi un hombre viejo que arreglaba su jardín canturreando y sonriendo. Dos mujeres entradas en años pasaban en ese momento por la acera charlando. El anciano dejo de cantar y la siguió con los ojo. Luego se agacho y se echó a correr tras ellas. -¡Esperen!- grito, mostrándole dos flores moradas- para unas damas hermosas. A una le puso una flor en la oreja, haciéndolas sonrojándose. La señora aunque todas encantada con el gesto intento escapar. -¡No se vaya! –exclamo él. Hay otra flor para usted no le quedó más remedio que dejarse poner la flor. Luego ambas le dieron las gracias se tomaron del brazo y reanudaron la marcha cuchichiando como colegialas emocionadas. El hombre volvió a su trabajo sin dejar de sonreír el resto de mi caminata fue mucho más interesante y apacible. Se convirtió en un paseo percibí cosas. Imaginaba otras mi destino ya no era único objetivo la caminata termino sin darme cuenta al llegar a casa encontré los mis problemas y obligaciones, pero ya no me agobiaban. Parecía que el mundo ya no era un lugar desquiciado después de todo, a un hay gente que interrumpe sus quehaceres para hacer amable. También comprendí la transcendencia de un simple gesto amable si solo presenciar uno me alegro.
miércoles, 25 de septiembre de 2013
UN GESTO AMABLE
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