TRADICIONES MICHOACANAS
En Emiliano Zapata, la tradición de asistir al
cementerio para rezar por las almas de quienes ya abandonaron este mundo, está
acompañada de un profundo sentimiento de devoción, donde se tiene la convicción
de que el ser querido que se marchó pasará a una mejor vida, sin ningún
tipo de dolencia, como sucede con los seres terrenales.
Estas
fechas se celebran en Michoacán con unas características especiales. Durante
los días precedentes los familiares de los difuntos realizan frecuentes visitas
a los cementerios con el objeto de limpiarlos y adornarlos con todo tipo de
flores, especialmente con crisantemos y flor de cempasúchil .
La visita a
los cementerios se realiza el 1 y 2 de noviembre. Es un rito de recuerdo y homenaje
a los antepasados. En todas las iglesias se ofician misas en memoria de estos
seres queridos que sirven para acortar los supuestos años de purgatorio en el
más allá. La estancia de los familiares en el camposanto será más larga si la
muerte se ha producido recientemente. En cualquier caso, no puede decirse que
sea un hábito generalizado, pues la población que visita los cementerios suele
ser la de mayor edad. Se encienden velas durante toda la noche y el cementerio
permanece abierto. Ninguna tumba queda desprovista de luz y flores.
El cementerio, en estos
dos primeros días del mes de noviembre, es la inmensa plaza pública donde
asoman las más inusitadas manifestaciones y los más extraños encuentros entre
vivos y difuntos.
El cementerio representa el
lugar cerrado, lúgubre, donde moran los difuntos. Está separado del mundo de
los vivos por una elevada tapia que disimula o esconde a la vista, la fría
arquitectura funeraria y es reconocida por los espigados cipreses que lo
circundan.
La piedra de las tumbas invita a su perennidad, las señas labradas,
y la imagen o fotografía del difunto manifiestan una simbología determinada, la
perpetuación, en este otro mundo, de su memoria.
El enterramiento de nuestros
seres queridos sugiere una idea de sacralidad conectada a cierta reflexión más
allá de la vida cotidiana. La creencia en la
continuidad de la existencia del difunto revela una incapacidad para aceptar la
prueba de la realidad.
La visita a los cementerios se realiza el 1 y 2 de noviembre. Es un rito de recuerdo y homenaje a los antepasados. En todas las iglesias se ofician misas en memoria de estos seres queridos que sirven para acortar los supuestos años de purgatorio en el más allá. La estancia de los familiares en el camposanto será más larga si la muerte se ha producido recientemente. En cualquier caso, no puede decirse que sea un hábito generalizado, pues la población que visita los cementerios suele ser la de mayor edad. Se encienden velas durante toda la noche y el cementerio permanece abierto. Ninguna tumba queda desprovista de luz y flores.
El cementerio representa el lugar cerrado, lúgubre, donde moran los difuntos. Está separado del mundo de los vivos por una elevada tapia que disimula o esconde a la vista, la fría arquitectura funeraria y es reconocida por los espigados cipreses que lo circundan.
La piedra de las tumbas invita a su perennidad, las señas labradas, y la imagen o fotografía del difunto manifiestan una simbología determinada, la perpetuación, en este otro mundo, de su memoria.
El enterramiento de nuestros seres queridos sugiere una idea de sacralidad conectada a cierta reflexión más allá de la vida cotidiana. La creencia en la continuidad de la existencia del difunto revela una incapacidad para aceptar la prueba de la realidad.
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