La
igualación y la desigualdad
La
dictadura de la sociedad de consumo ejerce un totalitarismo simétrico al de su hermana
gemela, la dictadura de la organización desigual del mundo.
La
maquinaria de la igualación compulsiva actúa contra la más linda energía del
género humano, que se reconoce en sus diferencias y desde ellas se vincula. Lo
mejor que el mundo tiene está en los muchos mundos que el mundo contiene, las
distintas músicas de la vida, sus dolores y colores: las mil y una maneras de
vivir y decir, creer y crear, comer, trabajar, bailar, jugar, amar, sufrir y
celebrar, que hemos ido descubriendo a lo largo de miles y miles de años.
La
igualación, que nos uniformiza y nos emboba, no se puede medir. No hay computadora
capaz de registrar los crímenes cotidianos que la industria de la cultura de masas
comete contra el arcoiris humano y el humano derecho a la identidad. Pero sus demoledores
progresos rompen los ojos. El tiempo se va vaciando de historia y el espacio ya
no reconoce la asombrosa diversidad de sus partes. A través de los medios
masivos de comunicación, los dueños del mundo nos comunican la obligación que
todos tenemos de contemplarnos en un espejo único, que refleja los valores de
la cultura de consumo.
Quien
no tiene, no es: quien no tiene auto, quien no usa calzado de marca o perfumes importados,
está simulando existir. Economía de importación, cultura de impostación: en el reino
de la tilinguería, estamos todos obligados a embarcarnos en el crucero del
consumo, que surca las agitadas aguas del mercado. La mayoría de los navegantes
está condenada al naufragio, pero la deuda externa paga, por cuenta de todos,
los pasajes de los que pueden viajar. Los préstamos, que permiten atiborrar con
nuevas cosas inútiles a la minoría consumidora, actúan al servicio del
purapintismo de nuestras clases medias y de la copianditis de nuestras clases
altas; y la televisión se encarga de convertir en necesidades reales, a los
ojos de todos, las demandas artificiales que el norte del mundo inventa sin descanso
y, exitosamente, proyecta sobre el sur. (Norte y sur, dicho sea de paso, son términos
que en este libro designan el reparto de la torta mundial, y no siempre coinciden
con la geografía.)
E. Galeano
Seguido se escucha o se lee
que el país va mejorando. Desarrollo por aquí, crecimiento por acá, avances en
esto, reformas en aquello y toda una serie de discursos embellecidos con mejor
forma de vida para todos. Y solamente con asomarse por la ventana, aclarando
que ya no se puede ni salir a la esquina, no se ven en todo el horizonte
perceptible todas esas proezas. Será que no estamos dotados de una vista bidimensional,
pero en la dimensión que sí percibimos, sólo se ve cada vez más pobreza,
violencia, desempleo, miedo, desesperación, injusticia, desigualdad la lista de ingrediente que se resumen en
abrir bien los ojos tan sólo en lo que nos rodea.
La Vida Que Se Vive... Cotidiano.
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