"La Inquisición: memoria de la infamia",
Dosier de Andalucía en la Historia, 39 (enero 2013)
En diciembre de 1808, Napoleón decretaba la supresión de la Inquisición “como atentatoria a la soberanía y a la autoridad civil”. Fue una abolición nominal por la propia fragilidad del gobierno bonapartista. El debate se abrió en las Cortes de Cádiz. Los diputados defensores del Santo Oficio expusieron que suprimir el Santo Tribunal suponía usurpar autoridad del Papa, en última instancia el único legitimado para eliminarlo. Los diputados abolicionistas plantearon que el poder del monarca estaba por encima de cualquier otra legitimación pontificia y eclesiástica. El decreto de abolición, que consideraba que “la Inquisición era incompatible con la Constitución”, se aprobó por 90 votos contra 60 el 22 de enero de 1813. Al día siguiente se publicaba su epitafio en El Redactor General:
“Yace aquí la Inquisición
que cometió infamia tanta
y fue tal su condición
que habiendo sido una Santa
murió en perversa opinión”.
Durante el mes de febrero, se aprobaron varias normas para hacer efectiva su aplicación. En la primera se ordenabaleer en las parroquias el decreto de abolición y el manifiesto en que se exponían sus fundamentos y motivos; en la siguiente se mandaba “quitar de parajes públicos y destruir las pinturas o inscripciones de los castigos impuestos por la Inquisición”; y en la última se nacionalizaban “los bienes que fueron de la Inquisición”. Finalmente el decreto de abolición se promulgó el 22 de febrero de 2013.
Con el retorno de Fernando VII en 1814 y la anulación de toda la legislación dictada en Cádiz se repuso el Santo Tribunal. La abolición se hizo otra vez efectiva durante el Trienio Liberal (1820-23) y nuevamente derogada con la restauración de la monarquía absoluta. Sin embargo, no se volvió al modelo anterior sino que se instituyeron las denominadas Juntas de Fe, surgidas a instancias de los obispos. Muerto Fernando VII en 1833, el sucedáneo inquisitorial de las Juntas fue definitivamente abolido el 15 de julio de 1834 por la reina regente María Cristina. Abandonada por todos, la institución inquisitorial murió en silencio.
Además del momento clave de la abolición, en este dosier se analizan algunos de los aspectos relevantes de su herencia tanto material como inmaterial. Su imagen se convirtió en mito y traspasó tiempos y fronteras y su lenguaje se incorporó al común de los españoles. Y de su verdadera razón –la dura y constante represión de herejes- trascendieron tópicos y símbolos. Cuando el rechazo a la herejía judaizante ya no era el signo principal de la identidad religiosa y cultural, en los conflictos cotidianos persistió, por ejemplo, el sambenito, aquella infame palabra como marca de general descrédito del condenado y sus descendientes.
El tópico inquisitorial ha puesto en el centro de su imagen a los autos de fe, solemnes, multitudinarios y ceremoniosos. Sin embargo, existieron otras realidades más consistentes y cotidianas que generaban bastante expectación, como las hechiceras, sus supersticiones y sus prácticas. Hubo, pues, una inquisición cotidiana con todas las imposiciones, aceptaciones o rechazos en uno y otro lado. El Santo Oficio fue un tribunal de la fe que dejó, a pesar de la desaparición de buena parte de sus documentos, un rastro diverso y sorprendente de fuentes, donde el historiador puede reconstruir desde el sufrimiento de las víctimas hasta las corruptelas de los inquisidores y sus ministros.
Muerta la institución, su gran triunfo fue el grado de interiorización e íntima convicción con el que numerosos católicos otorgaron plena credibilidad a una parte considerable de las representaciones, de los preceptos y de las prácticas del Santo Oficio. La Inquisición no fue una institución meramente impuesta desde arriba sobre una sociedad inmóvil y pasiva. Mediante el despliegue de diversas estrategias obtuvieron un amplio apoyo entre individuos y grupos sociales heterogéneos. En la búsqueda de apoyos entre los diversos grupos y comunidades urbanos y rurales, el Santo Oficio se rodeó de diversas construcciones simbólicas, alegóricas e interpretativas. Algunas de estas alegorías fueron reinventadas por la Inquisición con el propósito de forjar una imagen de sí misma que la hiciese creíble y respetada, y han sido precisamente esas imágenes inquisitoriales las que mejor han sobrevivido. Así, muchos de los factores que han propiciado la perpetuación del Santo Oficio en la memoria histórica están relacionados con ese gran esfuerzo de sus ministros por lograr la configuración de una identidad compartida y cohesionadora de la comunidad de fieles ortodoxos, forjada a través de la construcción de un imaginario tan sublimado como pragmático.
ÍNDICE
Introducción, Manuel Peña
La construcción del mito de la Inquisición: El Santo Oficio como icono universal de la intolerancia, Doris Moreno
Los fondos documentales de la Inquisición: unas valiosas fuentes para la investigación histórica andaluza, Iván Jurado
Sambenitos: Los hábitos de la infamia en la vida cotidiana, Manuel Peña
Toleradas por la corte, acusadas por la Inquisición: El auge de la hechicería en el siglos XVII andaluz, Rocío Alamillos
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