viernes, 7 de marzo de 2014

Vida Cotidiana

LA VIDA COTIDIANA DEL SIGLO XVIII


Todos comemos y bebemos, todos dormimos, nos enfermamos y morimos; pero la forma de hacer todo esto no es intemporal sino histórica. Cada época tiene su modo de percibir la vida cotidiana y de satisfacer las necesidades humanas, y cada situación de vida impone determinadas exigencias. Por eso tiene sentido una historia de la vida cotidiana de cualquier siglo de la historia humana ya que puede decirnos mucho acerca de la vida real, los gustos, los temores, desdichas y alegrías que dejaron huella en las costumbres y en las creencias de nuestros antepasados.
Es importante entender que la complejidad del acontecer diario, la vida cotidiana, era y es inseparable de consideraciones sociales y circunstanciales de cada persona. A sabiendas de esto, este trabajo presenta en ideas simplemente esenciales algunos de los rasgos generales de la vida cotidiana de la gente del siglo denominado “Siglo de la luces”, debido al movimiento intelectual conocido como la Ilustración, movimiento fundamental para comprender el mundo moderno y dar paso al mundo contemporáneo.
La cultura Material en el siglo XVIII
Una casa en el siglo XVIII era más que un refugio ante la intemperie, sobre todo cuando se trataba de la vivienda de un personaje prominente. La casa de los condes es un buen ejemplo de ello, los habitantes de estas mansiones podían gozar de los lujos mientras vivían rodeados de adornos decorativos y de sirvientes, con todas las comodidades posibles hasta alcanzar la enfermedad o la muerte. Aspecto de la vida del siglo XVIII, que no perdonaba las clases sociales, aún con las afanadas ideas salvarse ante los servicios médicos a los que sólo ellos podían acceder.
Esta categoría social les permitía a las personas tener empaque propio de la alcurnia, ya que disfrutaban de privilegios materiales que su posición les permitía. Desde acceder a la adquisición de todo tipo de obras materiales, tecnológicas y artísticas de aquella época, hasta disfrutar de largos viajes en los “modernos” medios de transporte que reflejaban el desarrollo tecnológico de ese siglo.
En cambio, en el ámbito reducido al hogar y de las vecindades de las grandes comunidades de la gente pobre y rural, se habitaba en simples aldeas de arquitectura “simplista” en la que ni siquiera se reunían las condiciones básicas de iluminación, ventilación, agua y demás elementos de una vivienda digna. Y todo sin olvidar que el siglo XVIII se caracterizó por un gran crecimiento en los índices de natalidad y expansión demográfica. Lo cual nos da una idea de lo difícil que era habitar estas viviendas cuando en ellas vivían más de cinco personas.
Se habla de la vivienda como parte de la cultura material porque ésta es el núcleo del acontecer diario de los seres humanos. Y es ahí donde se desarrollan los aspectos de la vida cotidiana de los seres humanos de todas las épocas.
Las relaciones personales
La vida social y de relación no sólo depende del espacio geográfico y de los cambios del tiempo, sino también de la categoría social de los individuos. En el siglo XVIII, los nobles, se relacionaban entre sí con gente de su misma clase social en todos los eventos en donde asumían su responsabilidad de acuerdo a su concepto patriarcal. Cuando éstos se combinaban con los individuos de la milicia o de la clase humilde, no eran raros los abusos y desprecios, incluso al grado de llegar a enfrentamientos con la autoridad por sus alardes de prepotencia.
Por otra parte, la participación en las actividades religiosas o de la “santa cotidianidad” donde se relacionaban con religiosos en actividades docentes y de apostolado. De cualquier forma se tenía una forma de vida social cerrada, sobre todo cuando lo más importante en estos eventos era la ostentación en el vestido y en el adorno personal que eran vistos como signos de distinción social de una elite local para alimentar antagonismos y rencores.
No obstante, en las aldeas, las relaciones estaban centradas también en todo tipo de afectos y rencores que se manifestaban en agresiones e insultos en los que participaban hombres y mujeres, hermanos y hermanas, pero sobre todo, como principal víctima, la mujer. Aun cuando en la vida conyugal, también se daban casos de mantener una relación distante, sin olvidar que la figura del padre era vital en la jerarquía familiar.
Bajo estas relaciones conyugales, se preparaba a los hijos para que tomaran parte de la realidad social y se cuidaba de ellos su salud y educación, ya sea académica o laboral. En el caso de los jóvenes, los que podían, asistían a las escuelas a aprender a leer y escribir. Los muchachos iban al colegio y las muchachas al convento.
Así pues, la mujer tiene su protagonismo oficioso en el ámbito de la familia y el hogar. Ya que el hombre era el de la responsabilidad del mundo exterior, sobre todo para el sustento económico.
El siglo XVIII también supone la aparición de un nuevo arte de vivir. Sus formas de divertirse son una mezcla de antiguas tradiciones y nuevas creaciones. Sobre todo porque se alcanza mayor permisividad en lo público, sobre todo para las clases económicamente superiores.
Todo esto da paso a significativas modificaciones que van desde los hábitos culinarios, hasta las formas de higiene. No era lo mismo el manjar de los nobles y burgueses que experimentaban con alimentos exóticos, que los platillos de los humildes que consumían lo que ellos mismos cosechaban. Hasta en la alimentación existían diferencias sociales.

La vida cotidiana es un compuesto de necesidades fisiológicas, aspiraciones intelectuales y temores: comida, cobijo y el abrigo corporal que el clima exija. Estas formas de vida han cambiado poco en el curso de la historia de la humanidad. El siglo de las luces no es la excepción, un periodo en que la vida cotidiana de las personas se vio afectado por todos los cambios y transformaciones sociales, políticas y económicas de la época. La calidad de vida se mide por las situaciones históricas reales de la vida cotidiana. 

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