LA VIDA COTIDIANA DEL SIGLO XVIII
Todos
comemos y bebemos, todos dormimos, nos enfermamos y morimos; pero la forma de
hacer todo esto no es intemporal sino histórica. Cada época tiene su modo de
percibir la vida cotidiana y de satisfacer las necesidades humanas, y cada
situación de vida impone determinadas exigencias. Por eso tiene sentido una
historia de la vida cotidiana de cualquier siglo de la historia humana ya que
puede decirnos mucho acerca de la vida real, los gustos, los temores, desdichas
y alegrías que dejaron huella en las costumbres y en las creencias de nuestros
antepasados.
Es
importante entender que la complejidad del acontecer diario, la vida cotidiana,
era y es inseparable de consideraciones sociales y circunstanciales de cada
persona. A sabiendas de esto, este trabajo presenta en ideas simplemente
esenciales algunos de los rasgos generales de la vida cotidiana de la gente del
siglo denominado “Siglo de la luces”,
debido al movimiento intelectual conocido como la Ilustración, movimiento fundamental para comprender el mundo moderno
y dar paso al mundo contemporáneo.
La
cultura Material en el siglo XVIII
Una
casa en el siglo XVIII era más que un refugio ante la intemperie, sobre todo
cuando se trataba de la vivienda de un personaje prominente. La casa de los
condes es un buen ejemplo de ello, los habitantes de estas mansiones podían
gozar de los lujos mientras vivían rodeados de adornos decorativos y de
sirvientes, con todas las comodidades posibles hasta alcanzar la enfermedad o
la muerte. Aspecto de la vida del siglo XVIII, que no perdonaba las clases
sociales, aún con las afanadas ideas salvarse ante los servicios médicos a los
que sólo ellos podían acceder.
Esta
categoría social les permitía a las personas tener empaque propio de la
alcurnia, ya que disfrutaban de privilegios materiales que su posición les
permitía. Desde acceder a la adquisición de todo tipo de obras materiales,
tecnológicas y artísticas de aquella época, hasta disfrutar de largos viajes en
los “modernos” medios de transporte que reflejaban el desarrollo tecnológico de
ese siglo.
En
cambio, en el ámbito reducido al hogar y de las vecindades de las grandes
comunidades de la gente pobre y rural, se habitaba en simples aldeas de
arquitectura “simplista” en la que ni siquiera se reunían las condiciones
básicas de iluminación, ventilación, agua y demás elementos de una vivienda
digna. Y todo sin olvidar que el siglo XVIII se caracterizó por un gran
crecimiento en los índices de natalidad y expansión demográfica. Lo cual nos da
una idea de lo difícil que era habitar estas viviendas cuando en ellas vivían
más de cinco personas.
Se
habla de la vivienda como parte de la cultura material porque ésta es el núcleo
del acontecer diario de los seres humanos. Y es ahí donde se desarrollan los
aspectos de la vida cotidiana de los seres humanos de todas las épocas.
Las
relaciones personales
La
vida social y de relación no sólo depende del espacio geográfico y de los
cambios del tiempo, sino también de la categoría social de los individuos. En
el siglo XVIII, los nobles, se relacionaban entre sí con gente de su misma
clase social en todos los eventos en donde asumían su responsabilidad de
acuerdo a su concepto patriarcal. Cuando éstos se combinaban con los individuos
de la milicia o de la clase humilde, no eran raros los abusos y desprecios,
incluso al grado de llegar a enfrentamientos con la autoridad por sus alardes
de prepotencia.
Por
otra parte, la participación en las actividades religiosas o de la “santa
cotidianidad” donde se relacionaban con religiosos en actividades docentes y de
apostolado. De cualquier forma se tenía una forma de vida social cerrada, sobre
todo cuando lo más importante en estos eventos era la ostentación en el vestido
y en el adorno personal que eran vistos como signos de distinción social de una
elite local para alimentar antagonismos y rencores.
No
obstante, en las aldeas, las relaciones estaban centradas también en todo tipo
de afectos y rencores que se manifestaban en agresiones e insultos en los que
participaban hombres y mujeres, hermanos y hermanas, pero sobre todo, como
principal víctima, la mujer. Aun cuando en la vida conyugal, también se daban
casos de mantener una relación distante, sin olvidar que la figura del padre
era vital en la jerarquía familiar.
Bajo
estas relaciones conyugales, se preparaba a los hijos para que tomaran parte de
la realidad social y se cuidaba de ellos su salud y educación, ya sea académica
o laboral. En el caso de los jóvenes, los que podían, asistían a las escuelas a
aprender a leer y escribir. Los muchachos iban al colegio y las muchachas al
convento.
Así
pues, la mujer tiene su protagonismo oficioso en el ámbito de la familia y el
hogar. Ya que el hombre era el de la responsabilidad del mundo exterior, sobre
todo para el sustento económico.
El
siglo XVIII también supone la aparición de un nuevo arte de vivir. Sus formas
de divertirse son una mezcla de antiguas tradiciones y nuevas creaciones. Sobre
todo porque se alcanza mayor permisividad en lo público, sobre todo para las
clases económicamente superiores.
Todo
esto da paso a significativas modificaciones que van desde los hábitos
culinarios, hasta las formas de higiene. No era lo mismo el manjar de los
nobles y burgueses que experimentaban con alimentos exóticos, que los platillos
de los humildes que consumían lo que ellos mismos cosechaban. Hasta en la
alimentación existían diferencias sociales.
La
vida cotidiana es un compuesto de necesidades fisiológicas, aspiraciones
intelectuales y temores: comida, cobijo y el abrigo corporal que el clima
exija. Estas formas de vida han cambiado poco en el curso de la historia de la
humanidad. El siglo de las luces no es la excepción, un periodo en que la vida
cotidiana de las personas se vio afectado por todos los cambios y
transformaciones sociales, políticas y económicas de la época. La calidad de
vida se mide por las situaciones históricas reales de la vida cotidiana.
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