jueves, 6 de marzo de 2014

LOS DE ARRIBA. LOS DE ABAJO, LOS DEL MEDIO

LOS DE ABAJO 


Mucho antes de que los niños ricos dejen de ser niños y descubran las drogas que  aturden la soledad y enmascaran el miedo, ya los niños pobres están aspirando gasolina o pegamento. Mientras los niños ricos juegan a la guerra con balas de rayos láser, ya las balas de plomo amenazan a los niños de la calle.

En América latina, los niños y los adolescentes suman casi la mitad de la población total. La mitad de esa mitad vive en la miseria. Sobrevivientes: en América latina mueren cien niños, cada hora, por hambre o enfermedad curable, pero hay cada vez más niños pobres en las calles y en los campos de esta región que fabrica pobres y prohíbe la pobreza.

Niños son, en su mayoría, los pobres; y pobres son, en su mayoría, los niños. Después de aprender a caminar, aprenden cuáles son las recompensas que se otorgan a los pobres que se portan bien: ellos, y ellas, son la mano de obra gratuita de los talleres, las tiendas y las cantinas caseras, o son la mano de obra a precio de ganga de las industrias de exportación que fabrican ropa deportiva para las grandes empresas multinacionales.

E. Galeano

LOS NIÑOS SIN NOMBRE

Sólo Angélica tenía nombre…quizá porque era un ángel para sus cinco hermanos. Los niños sin nombre, los hijos de nadie, dueños de las calles y de las migajas que encuentran entre la basura o en el taco que alguien les regala. Angélica era la mayor de seis hermanos. Sólo ella tenía nombre porque sus hermanitos nunca fueron registrados, y para qué los registraban si a fin de cuentas no eran de nadie, más que del hambre que los reclamaba y de los días que pasaban creyendo que Angélica era su madre.

Ella de tan sólo 11 años ya cuidaba de sus hermanos pequeños. Se afanaba en conseguirles comida y de vez en cuando un lugar para dormir. Su madre una prostituta, su padre un proxeneta amateur.

Al verlos se figuraba una escalera en donde el más pequeño era el primer peldaño y así sucesivamente la estatura y la desnutrida imagen de esos niños terminaba en la cima con su ángel de la guarda.

En fin, era el ejercito de los niños sin nombre, de los no registrados, pero custodiados por un ángel guardián que les daba cada día una esperanza para vivir otro día.   



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