UN LENTO PROCESO DE
SECULARIZACIÓN DE LAS MISIONES
Poco a poco el “Colegio de San
Nicolás” (primer seminario de América) fue rindiendo los frutos ya esperados
por su insigne fundador y primer obispo de Michoacán don Vasco de Quiroga, con
él fue impulsando la creación de nuevas parroquias para una mejor
administración, además, con la retirada de los agustinos de estas tierras, fue
necesario suplir las misiones con el clero secular que, para el año de 1570 de
las 59 parroquias de la diócesis 34 seculares 11 agustinas y 14 franciscanas
entre ellas Tepalcatepec que fue la primera parroquia de lo que hoy es nuestra
diócesis, el primer párroco fue el Pbro. Francisco Xallalera “un experto
conocedor de la lengua latina, náhuatl y purépecha” además considerado por el
propio obispo como “buen sacerdote y trabajador”; desde esta parroquia es
visitada la doctrina de Coalcomán por el vicario don Hernando de Alfaro quien
al parecer sólo duró un año puesto que en 1571 aparece ya en Tingüindín.
Para el año de 1619 se creó la
parroquia de Pinzándaro cuyo primer párroco fue Francisco Patiño de Herrera,
una parroquia que tenía dos hospitales dedicados a la Inmaculada Concepción,
puesto que ya en el siglo XVI se había creado como doctrina.
Los límites con la parroquia de
Tepalcatepec quedarán fijos hasta el diez de julio de 1765 en donde se
determina que el río Arimao (Tepalcatepec) sería la división entre ambas
parroquias.
Durante el reinado de Fernando
VI, buscando una mejor organización de sus territorios busca una progresiva
secularización de las parroquias atendidas por los religiosos, así por las
reales cédulas de 1753 y 1757 ordena que los franciscanos sólo administren dos parroquias
en la diócesis de Michoacán que fueron Acámbaro y San Juan de la Vega, de este
modo, y para 1777 de las 59 parroquias que tenía en 1570 llegaron a 129, cinco
de ellas administraban toda la “Tierra Caliente” en lo que hoy es nuestra
Diócesis y fueron: Apatzingán, Coalcomán, Pinzándaro, Santa Ana Amatlán y
Tepalcatepec.
De este modo los religiosos
terminaron la misión, que habían iniciado en los mismos comienzos de la
invención del “Nuevo Mundo” al que con celo admirable deseaban convertir a
Cristo.
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