jueves, 24 de octubre de 2013

La Leyenda del Húnguaro de Apatzingán

Cerro del Húnguaro
Cuenta la leyenda que en esta región existió un gran cacique, quien tenía un hijo llamado Húnguaro, el cual provocaba su vergüenza, ya que era perezoso, no le gustaba cazar ni combatir en guerra contra tribus enemigas.

El padre cansado y decepcionado de Húnguaro, le ordenó que abandonara la aldea y que fuera a donde jamás lo volviera a ver. Triste y acongojado, Húnguaro le pidió una última oportunidad a la cual su padre se negó. Húnguaro fue con su madre y le suplicó intervenir por el, ella se mostraba negativa pero ante la insistencia de su hijo, que supo despertar el amor maternal, aceptó advirtiéndole que no la hiciese quedar mal, pues de lo contrario ella también quedaría despreciada por su esposo el gran cacique; el le juró sería totalmente distinto y acataría toda orden que le dieran.

Fue entonces la madre a convencer a su esposo, y era tal el dolor que mostraba esta mujer, que el cacique aceptó, poniéndole como primera prueba el de ser vigía de su aldea, mientras él, junto a los demás hombres salían a cazar animales silvestres, y necesitaban a alguien que cuidara, ya que estaban en constante guerra con tribus aledañas y temían que atacaran. La función de dicho guardián era hacer señales de humo en caso de ver que el enemigo se acercaba, para así avisar a los hombres en cacería de la amenaza.

El cacique ordenó pues a Húnguaro que resguardara su territorio y este a su vez aceptó con gusto pensando que así ganaría la confianza y respeto de su padre.

Llegada la hora, los hombres partieron en busca de animales para cazar, confiados en la protección que Húnguaro les proporcionaba a sus familias; pero a las pocas horas de vigilar, el sueño lo venció quedando profundamente dormido. Gritos de dolor y auxilio lo despertaron al poco, la aldea estaba siendo atacada por otra tribu, y este intentó hacer las señales de humo pero fue alcanzado por una flecha enemiga que lo obligó quedarse tirado y gravemente herido.

Cuando el cacique junto a los demás hombres regresaron, Húnguaro aún tenía vida, y la ira y decepción de su padre era tal que le imploró a los dioses que lo castigaran, convirtiéndolo en un volcán, que creciera tan alto que sirviera de vigilante eterno, y que fuera tan furioso para exterminar a sus enemigos. Y así fue como sucedió, la aldea enemiga quedó sepultada bajo gigantescas rocas e incandescente lava y Húnguaro aún se irgue enorme velando como un Centinela el Valle de Tierra Caliente.

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